En Ecuador, 7 de cada 10 mujeres y hombres jóvenes trabajan de manera informal y no tienen acceso ni al sistema de seguridad social contributiva ni a los esquemas de protección social no contributiva. Ser mujer incrementa esta probabilidad en un 8% a lo cual se debe sumar la carga de trabajo no remunerado que asume. El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y ONU Mujeres, trabajarán durante el 2020 en la problemática del trabajo informal juvenil con apoyo del Fondo para los Objetivos del Desarrollo Sostenible. El Laboratorio de Aceleración de la oficina del PNUD en Ecuador, apoyará el trabajo en esta temática aportando con metodologías de innovación participativas y ensayando mecanismos que faciliten la transición hacia la cobertura de derechos sociales y laborales.

El punto de partida: la inmersión en la búsqueda de soluciones comunitarias. Para evitar la búsqueda de una aguja en un pajar fue necesario definir el plan de mapeo de soluciones comunitarias mediante un ejercicio de análisis del problema el cual nos ofreció dos premisas. La primera, reconocer que trabajo no es sinónimo de empleo y, por lo tanto, el trabajo productivo se sostiene sobre la base del reproductivo. La segunda, que la exclusión financiera es una limitación para acceder al empleo o medios de vida.

Con estas orientaciones, salí a campo dispuesta a aprender sobre los malabares diarios que los trabajadores informales realizan para lograr mantener sus medios de vida. Se exploraron dos estrategias: la primera, ligada a los servicios de cuidados y la segunda sobre cajas de ahorros comunitarias.

El cuidado más allá de los cuerpos: la reproducción de la lengua y la cultura

Acompañada de un grupo de mujeres, investigadoras y militantes feministas y guiada por el educador comunitario, Alejandro Cevallos, conocí dos experiencias de cuidado en el Mercado de San Roque en Quito: el Centro Infantil ATIRY y el taller de bordado, Sirak Warmikuna, iniciativas autogestionadas por educadores y algunas vendedoras de dicho mercado.

¿Por qué un centro infantil autogestionado tan cerca de uno municipal? Una iniciativa comunitaria siempre habla de una necesidad y en este caso, de las barreras de acceso a los servicios de guardería convencionales. Alejandro Cevallos, nos explica que aun cuando la guardería municipal es gratuita, para algunas madres del mercado cuyas jornadas no son de 9 a 5, resulta imposible adecuarse a los horarios, abastecer la lista de materiales, el uniforme requerido u otros requisitos. El Centro Infantil ATIRY es un espacio bilingüe, a diferencia del espacio público, ofrece la posibilidad de mantener la lengua e identidad originaria, el cuidado con enfoque intercultural, adaptado a los tiempos y necesidades de las mujeres trabajadoras.

Sirak Warmikuna, el taller de bordado

En este mismo espacio, un grupo de 8-30 vendedoras del mercado se reúnen todos los sábados por la tarde para bordar. Bordan sus historias de vida, sus saberes ancestrales sobre la medicina ancestral, su cosmovisión y sus vidas desarrolladas en el ciclo agro-lunar en el campo y el mercado. Además, proveen material educativo e intercultural para la guardería. Cada puntada forma micro-narrativas en primera persona y en su propia lengua que recuperan o rediseñan su identidad. Bordar, es una oportunidad para charlar y escucharse, para refugiarse del ajetreo de fuera. Este espacio nos habla de la necesidad de crear espacios no solo del cuidado de niños para “liberar el tiempo de la fuerza de trabajo”, sino de la importancia del tiempo propio de quienes sostienen la vida con sus medios de vida y el trabajo de crianza.

Frente a la exclusión financiera; la auto-inclusión comunitaria

Con la mirada puesta sobre los procesos y no únicamente en el resultado, posteriormente realicé en la ciudad de Cuenca, un grupo focal con 5 cajas de ahorros autogestionadas por mujeres rurales. La exclusión de los sistemas financieros oficiales motiva a la autoorganización de estas cajas de ahorros. El crédito, como fuente de financiamiento de las necesidades de subsistencia, resulta inaccesible para mujeres rurales en situación de pobreza por las barreras económicas y burocráticas. Un garante solvente, un bien con título de propiedad y documentos legales, son requisitos que solo las personas en la formalidad pueden presentar, por lo que un gran segmento de la población queda excluido. Frente a esta situación, las comunidades, bajo la iniciativa de mujeres, organizan cajas de ahorros cuya base, no es el dinero, sino la solidaridad, la confianza y la palabra.

Las cajas de ahorros no tienen ningún objetivo especulativo. El dinero- son como el trabajo comunitario de las mingas o las papas y el maíz de las pambamesas- no es un bien de acumulación, sino de circulación y colectivo. Las contribuciones de cada socia son ahorradas en fondos o pólizas para generar intereses. Las contribuciones son puestas a circulación en base a las necesidades de las mujeres. “No queda un centavo guardado, se cobra y se presta. Sigue girando cada mes, no guardamos ese dinero, está prestado. Acaban de pagar y ese día se vuelve a prestar”.

Estas cajas de ahorros comunitarias permiten a las familias acceder a los recursos financieros que, de otra manera, se les negaría. Las tasas de morosidad llegan a cero y esto es así porque estas iniciativas están fundadas sobre los cimientos de la confianza mutua y el compromiso. El reglamento se establece participativamente y, por lo tanto, no existen clausulas en letra pequeña. Sin duda, en situaciones de precariedad, las estrategias afloran desde abajo y más cuando existe una fuerte base organizativa. Estas experiencias, lejos de ser soluciones estáticas para alimentar un repositorio, proveen elementos para un diseño de política más inclusiva, justa y participativa.

Reflexiones

Estas estrategias comunitarias me hacen pensar que cuando mapeamos soluciones, lo que identificamos son las motivaciones detrás de una iniciativa, las formas de creación, la gestión y la potencia cooperativa. Es el proceso y no la solución en sí. Si bien es cierto, algunas soluciones comunitarias podrían inspirar otras y multiplicarse, considero que la lectura entre líneas de éstas es el aporte más valioso al diseño de políticas.

Con la bitácora llena de aprendizajes, pero también algunos dilemas, sobre cómo garantizar intercambio sostenido con estas experiencias y que no quede en un contacto puntual para la extracción de información, reflexiono sobre esta hermosa andadura del ir mapeando soluciones. Quienes identifican, recogen y reflexionan sobre las soluciones no debemos ser los técnicos de forma externa y aislada, sino es la misma comunidad quien debe liderar, documentar y repensar sus procesos. Con esta perspectiva, decidí elaborar un borrador de Guía Metodológica para el Mapeo de Soluciones por y para comunidades que se encuentra en fase de validación en tres regiones del país.

Esta primera fase exploratoria, me ha dejado como lección que el mapeo de soluciones comunitarias no es una “caza de tesoros” o soluciones panacea extraíbles y replicables. Es un ejercicio para la reflexión crítica, que permite identificar brechas y errores de las soluciones enlatadas o diseñadas en escritorio que no se ajustan a las necesidades reales. El mapeo de soluciones dialoga con las comunidades que hackean o inventan soluciones a su medida. Identifica las brechas, el poder creativo y de la cooperación para potenciarlas. Cuando una sale a terreno, no trae artefactos, sino perspectivas y sensibilidades que no se quedan en archivo, sino que aportan en la experimentación y diseño colectivo de estrategias para el desarrollo. Si tu comunidad u organización quiere compartir soluciones y co-crear experimentos para acelerar los Objetivos del Desarrollo, escríbenos a: gr.labacc.ec@undp.org

Paulina Jiménez Aguilar, Responsable de Mapeo de Soluciones comunitarias Laboratorio de Aceleración, PNUD-Ecuador